martes, 9 de junio de 2009

Cuencos Tibetanos.




Desde la Prehistoria numerosas culturas y civilizaciones -sobre todo sus vanguardias intelectuales y espirituales- conocían el poder de la Música.


La Música provoca ciertos cambios biológicos, armoniza la respiración o la altera, incide en la presión externa de la sangre, demora la fatiga muscular, aumenta el umbral de sensibilidad, incide -positiva o negativamente- sobre la emoción, el ánimo y los sentimientos, tanto individuales como colectivos, y facilita el acceso a otras formas de percepción y conocimiento.

No cualquier música, por supuesto, sino aquella compuesta y ejecutada para que produzca tales efectos. Pero no sólo La Música entendida comúnmente, sino también la oración, la salmodia, la jaculatoria, las melopeas, los cantos de boca cerrada, la recitación de mantras y la entonación de vocales y de fonemas que hoy denominamos “toning” producen efectos poderosos comprobados por muchos profesionales de las ciencias y las artes de la salud a lo largo de los siglos.


El sonido de la sagrada sílaba Om, susurrado o solamente imaginado, puede desencadenar una onda vibratoria en la región del cerebro situada entre los ojos y bajo la frente. La prolongación del fonema “M”, expulsando el aire por la nariz, propaga la vibración hacia el centro del cráneo, haciendo vibrar por resonancia la hipófisis y la glándula pineal. La hipófisis controla la síntesis de muchas hormonas, se relaciona con el equilibrio y la orientación del cuerpo en el espacio.

La glándula pineal controla el ritmo de la respiración, los latidos cardiacos y el pulso rítmico de las glándulas sexuales.

La música siempre ha tenido una función social y colectiva en diferentes ámbitos: el bélico, el cinegético, el político, el publicitario, el terapéutico, el erótico y el religioso. No ha sido un mero entretenimiento.

Los Cuencos Cantores del Tíbet son alta tecnología mental. Junto a la voz humana y a los cuencos de cristal de cuarzo, son probablemente los instrumentos más poderosos para alcanzar un estado de paz interior y de lucidez mental. Su sonido nos penetra y nos eleva, es capaz de transformar y transmutar nuestro estado de ánimo en pocos minutos, haciéndonos sentir mejor, en un placentero estado de paz interior.

Los cuencos cantores están fabricados con aleaciones de cinco, siete y hasta nueve metales, siguiendo la tradición alquímica de los siete planetas: oro, plata, mercurio, cobre, hierro, estaño y plomo.



Las campanas del Tíbet son instrumentos metamusicales, concebidos, diseñados y fabricados desde hace siglos para sanar y paliar la enfermedad y el dolor, como útil que propicia la meditación y para lograr estados elevados de mente y conciencia. Los sonidos que emiten los cuencos cantores son prolongados armónicos, al percutirlos, y un continuo armónico ºvibrante y fluctuante al batirlos o friccionarlos con un batidor o badajo. No sólo se oyen a través del oído, sino que sus vibraciones se perciben en toda la superficie corporal, sobre todo en las partes más sensibles, y penetran sin dañar en el interior del cuerpo, hasta la estructura molecular, masajeándonos y armonizándonos.

Escuchar las vibrantes reverberaciones de las campanas del “Techo del Mundo” es una agradable experiencia que nos llena de paz interior y de alegría, que nos eleva e ilumina. El sonido de las campanas tibetanas nos ayuda a alcanzar la armonía interior y nos revitaliza y llena de energía. Además, producen un efecto en el oyente benéfico y placentero que recordará siempre.